Trastornos de Ansiedad Vs. Ansiedad Normal
Autor: Lic. Elvio Andrés Espósito.
Es frecuente que muchos pacientes que llegan a mi consultorio refieran que sufren de ataques de pánico y describan una serie de síntomas tanto físicos como psicológicos que son propios del cuadro, como por ejemplo: frecuencia cardíaca acelerada, sudoración, enrojecimiento, una sensación de descontrol del movimiento voluntario, ahogo, opresión, necesidad de huir de los lugares, síntomas de extrañeza, miedo a morir, temor a que los demás reconozcan estas manifestaciones, etc.
A veces se habla a la ligera de los ataques de pánico y no se comprende del todo la distinción entre ataques y trastorno de pánico, pero tampoco se discrimina correctamente entre un ataque de un simple episodio de ansiedad normal y corriente.
Conocer lo que nos pasa es el primer paso para poder controlarlo.
La incertidumbre, verdadero cimiento psicológico de la ansiedad, genera un malestar significativo mientras que el hecho de saber de aquello de lo que padecemos y de que modo tratarlo nos representa una sensación de alivio, aún si fuera algo muy complicado y negativo.
La experiencia clínica enseña que el solo hecho de hablar de aquello que nos aqueja y que se nos escuche empáticamente genera una sensación de bienestar inmediata.
A menudo los pacientes se presentan exhibiendo sus credenciales de “soy muy neurótico”, “tengo ataques de pánico”, “soy fóbica” pero que éste no sea verdaderamente el caso. Si bien las etiquetas tranquilizan se corre el riesgo de apresurarse a buscar alguna cura para algo que en verdad no se necesita.
Si algo no está roto lo mejor es no arreglarlo
Saber si “algo está roto” implica observarse y conocerse, hacer terapia es el camino indicado para conseguirlo. La terapia funciona efectivamente con aquellos que desean profundamente un cambio, incluso para los que no aciertan el porqué o de que manera, pero se dan cuenta de que esa necesidad se les impone y que eso que se desconoce, pero que se sabe que está roto (o que ya no encaja), necesita ser reparado (o re-ubicado). Tal vez otras personas, con mayor capacidad de auto-conocimiento sabrán que es lo que necesitan mejorar, acudan a terapia y se comprometan con la tarea propuesta, pero esto por si mismo no les garantiza el éxito sino está en la base el deseo. A este respecto, el deseo es más importante que el compromiso actual con el psicoterapeuta ya que opera en el largo plazo. La persona que verdaderamente desea un cambio más tarde o más temprano conseguirá el objetivo.
Ahora bien, el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM IV) define al trastorno de pánico como un trastorno de angustia que puede ser con o sin agorafobia y que se caracteriza por la presencia de crisis de ansiedad espontáneas o el temor a que aparezcan. Últimamente es un motivo de consulta de los más frecuentes a nivel mundial, junto con la depresión. Sin el correcto tratamiento psicológico y en varios casos combinado con psicofármacos, es esperable que el cuadro empeore.
Para que los ataques de pánico se constituyan en trastornos es necesaria una serie de requisitos.
1) Crisis de angustia inesperadas recidivantes
2) Al menos una de las crisis se ha seguido durante un mes o más de uno o más de los siguientes síntomas:
a) Inquietud persistente ante la posibilidad de tener más crisis
b) Preocupaciones por las implicaciones de la crisis o sus consecuencias (por ejemplo perder el control, sufrir un infarto de miocardio, )
c) La crisis de angustia no se deben a los efectos fisiológicos directos de una sustancia (por ejemplo drogas, fármacos o a una enfermedad médica como el hipertiroidismo)
d) Las crisis de angustia no pueden explicarse mejor por la presencia de otro trastorno mental, como por ejemplo fobia social ( aparecen al exponerse a situaciones sociales determinadas), fobia específica (exponerse a situaciones fóbicas específicas), trastorno obsesivo compulsivo (al exponerse a la suciedad cuando la obsesión versa sobre el tema de la contaminación), trastorno por estrés post-traumático (por ejemplo en respuesta a estímulos asociados a situaciones altamente estresantes), o trastorno por ansiedad de separación (por ejemplo al estar lejos de casa o de los seres queridos).
En la base de todo ataque de pánico encontramos una cierta cantidad de ansiedad. La ansiedad como tal es una emoción adaptativa con la que, como seres humanos, venimos equipados desde nuestro nacimiento. El pánico, por su lado, es un terror muy intenso y está asociado a la mitología griega que daba cuenta del dios Pan como representante de lo salvaje de la naturaleza. Esta divinidad atemorizaba a los viajantes que tomaba por sorpresa con su presencia.
Es el carácter inesperado e inespecífico lo que genera el efecto de terror en contraposición a lo objetivo que supone el miedo. Uno le tiene miedo a algo particular mientras que el pánico o terror se experimentan ante aquello que se desconoce y en consecuencia no se puede controlar.
Todos tenemos nuestra propia manera de responder a lo desconocido y a los desafíos diarios que requieren una resolución. Vamos a proceder de acuerdo a nuestra personalidad constituida por la experiencia, ideas, imágenes internas, crianza, circunstancias particulares en general, poniendo en marcha una serie de respuestas adaptativas. Estas pueden ser tanto pensamientos, emociones o conductas. El combustible de ese motor es la ansiedad.
Piaget fue un psicólogo suizo que se dedicó a estudiar el modo en que el niño adquiere el conocimiento y postulaba que el ser humano, a lo largo de su desarrollo evolutivo se encuentra frente a necesidades que amenazan su bienestar físico, psíquico y social. Estas necesidades suponen un reacomodamiento contrario al equilibrio interno o a su statu quo. El sentimiento de ansiedad que se produce implica una serie de respuestas en donde la asimilación, la acomodación y luego el aprendizaje son el resultado de la superación de ese reto. De este modo la ansiedad baja su intensidad, regresa a un punto que no incomoda y el ser humano evoluciona.
El aprendizaje incluye, entre otras cosas conservar las herramientas que fueron efectivas en la resolución del problema y el eventual descarte o reacomodamiento de aquellas que no lo fueron. Todo esto moldea al carácter y se conoce con el término de experiencia.
Las situaciones de amenaza al equilibrio o statu quo pueden tener como origen eventos tanto internos (ideas, pensamientos, sensaciones) como externos (situaciones concretas de la vida cotidiana).
El nivel de “normalidad” se puede medir en relación a lo adecuado de la respuesta que uno da en relación al estímulo pero éste es vivido por un individuo particular con su particular modo de sentir, de manera que no se pueden establecer reglas generales estrictas. Un mismo evento, como hablar en público, para algunos puede ser altamente estresante, para otros placentero o hasta percibido como una tarea imposible siendo este el caso frecuente de personas que padecen de fobia social.
¿Cómo determinar entonces que es una reacción desmedida ante un estímulo determinado?
Cuando una actividad o situación que uno desea llevar a cabo o que le es necesaria, es evitada por cuestiones de ansiedad, cuando hay continuos pensamientos de no poder, cuando estos pensamientos por sí mismos desencadenan sensaciones físicas, psicológicas y emocionales como si se estuviera viviendo la situación real. Si sucede todo esto podemos hablar de reacciones desmedidas y según se haya dado en repetidas ocasiones a lo largo del tiempo, que vaya en aumento y que verdaderamente constituya una preocupación dominante, podemos entonces pensar en un trastorno de ansiedad determinado.
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